La crisis aprieta... y a veces casi, casi, ahoga. Influye en las decisiones a corto y medio plazo de la población, que siente cómo el empeoramiento de las circunstancias deja atados de pies y manos muchos de sus proyectos. Más depresiones, menos confianza, peor salud, dificultades laborales... y el divorcio, para más adelante: son los termómetros de la mala racha.
Las decisiones de consumo están condicionadas por unos precios que a duras penas dan tregua, las relativas a la vivienda y alojamiento zozobran al oír el lejano eco de las palabras euribor, aval, crédito... y el aventurero que se adentre en una inversión o un negocio, queda aplastado por una creciente incertidumbre. En todo este contexto, la sociedad ve cómo la caída de la actividad económica se manifiesta en los distintos aspectos del día a día. La salud, los divorcios, la percepción de los líderes e instituciones. Son algunas de las esferas en las que late el pulso de una crisis.
Mal cóctel para la salud
La coyuntura económica no perdona y son muchos los ciudadanos que tienen que llamar a la puerta del psiquiatra o recurrir a ayuda farmacológica para amortiguar el golpe. A falta de datos sobre consultas en servicios psiquiátricos, el Colegio de Psicólogos de Madrid ha alertado de una subida del 12 por ciento en el número de visitas registradas en la capital desde el pasado mes de junio. Por su parte, un estudio de la federación de autónomos ATA constata que casi el 75 por ciento de las emprendedoras madrileñas ha sufrido crisis de ansiedad.
Y es que tanto la posible merma de ingresos, como la pérdida del trabajo o la subida de la hipoteca, entre otros factores, están detrás del aumento de los cuadros de angustia, ansiedad o depresión entre los nuevos pacientes, según los psicólogos.
No sólo los trabajadores tienen que lidiar con los trastornos mentales. Los pensionistas también pueden verse muy afectados. Florencio Moneo, médico especialista de Avances Médicos, asegura que la pérdida de poder adquisitivo y la incertidumbre sobre el futuro provocan "desequilibrios mentales" en personas mayores de 70 años.
Los síntomas son variados. La ansiedad puede durar todo el día o ir acompañada de insomnio y palpitaciones. Puede ser una crisis puntual que provoca sensación de vértigo o dificultades en la respiración e incluso dolores opresivos en el pecho, parecidos a un infarto de miocardio.
Para combatir sus efectos, el consumo de antidepresivos y ansiolíticos está a la orden del día. Este grupo de fármacos es, de hecho, el tercero más consumido en España, con o sin crisis. Sólo en antidepresivos el gasto asciende a los 700 millones de euros al año. Y todo parece indicar que se puede ahora disparar.
La propia Organización Mundial de la Salud ha advertido de "las posibles consecuencias de la crisis económica en la salud mental". Incluso el ministro de Sanidad, Bernat Soria, ha llamado la atención sobre este hecho y ha propuesto "extremar la vigilancia" de este tipo de enfermedades a través de un Observatorio de Salud Mental.
Pero el impacto económico de la ansiedad, el estrés o la depresión que sienten muchos ciudadanos por sus problemas financieros va mucho más lejos del gasto en botica. Según el vicepresidente de la Sociedad Española de Psiquiatría, el doctor Jerónimo Saiz, los trastornos mentales son la causa del 10,5 por ciento de los días perdidos por incapacidad temporal y del 6,8 por ciento de los años de vida laboral perdidos por invalidez permanente.
Ser joven: mala elección
El foco del huracán económico incide, en gran medida, sobre los jóvenes. Es el colectivo, tras los inmigrantes, más perjudicado ante la crisis. Un ejemplo de ello se encuentra en las colas que se forman ante las oficinas del antiguo Inem. El número de jóvenes parados roza los niveles que se registraron en enero de 2004, cuando eran 313.992 menores de 25 años los que buscaban un empleo, según datos del Ministerio de Trabajo e Inmigración. Algo superior es el que se registró el pasado mes de septiembre, con 319.643 parados que aún no habían cumplido los 25, exactamente 85.000 más que hace un año.
Pero los jóvenes no tienen que enfrentarse tan sólo al problema del paro. Buscar un trabajo estable e indefinido es una odisea para este colectivo. Según la Asociación de Grandes Empresas de Trabajo Temporal (Agett), es el colectivo que más sufre la temporalidad en los contratos laborales. En el segundo trimestre de este año la proporción de temporalidad en los jóvenes subía hasta el 48,35 por ciento, 19 puntos por encima de la tasa total.
Además son los primeros que se ven afectados por un ajuste del mercado, lo que se traduce en despidos o no renovaciones. Y, como no podía ser de otra forma, en tiempos de crisis las principales preocupaciones cambian. El sondeo de opinión del Instituto de la Juventud (Injuve) constata que la principal inquietud de los jóvenes es el paro, seguida de la vivienda y de los problemas económicos. Aunque la vivienda se sitúe, según sus sondeos, en el segundo lugar, es uno de los principales obstáculos para la emancipación juvenil, tan complicada en la sociedad española.
Formación como salida
Cuando crece el paro, automáticamente aumenta la demanda de cursos de formación. Es la oportunidad de ampliar el currículo y abrir caminos. "La formación es la que establece diferencias profesionales en momentos difíciles", según la directora pedagógica de CCC, Rosa Iglesias. "En tiempos de crisis, la demanda gira hacia la Formación Profesional, es decir, hacia planes que dan acceso a empleo", añade.
La demanda de este tipo de cursos subió el pasado septiembre un 49,53 por ciento respecto al mismo mes de 2007, según datos de CCC. En cuanto a edades, los alumnos que se lanzan se sitúan entre los 21 y los 35 años. El colectivo inmigrante está cada vez más presente en los cursos. La versatilidad laboral del trabajador inmigrante le permite cambiar a otros sectores, por lo que sus áreas de formación preferentes fluyen por diversos cauces.
Si de buscar el impacto social de la crisis se trata, la visión de un sociólogo es crucial. El catedrático de la materia, Juan Díez Nicolás, indicó a elEconomista que ahora se palpa un gran déficit de confianza entre los ciudadanos. Por ejemplo, se les dice que el sistema financiero español marcha bien, que los bancos son solventes, pero se dispara la compra de cajas fuertes o el alquiler de cajas de seguridad bancarias. Los pequeños comerciantes sienten que si quiebran están desprotegidos, en favor de las grandes compañías. Siente que si a éstas les ocurre algo, las administraciones se sientan a buscar una solución. Y, mientras, el pequeño negocio se ve abocado a sufrir la crisis en su máxima crudeza.
No hay que olvidar que el 90 por ciento de las empresas, en España, son pymes. Por otra parte, apunta Díez Nicolás, "los estados de opinión están en el subsuelo", en parte porque la población siente que la crisis la pagan los de siempre: las clases medias y bajas, aduce. Y claro, infiere el catedrático, esta pérdida de confianza general se concreta de forma particular en partidos y líderes políticos e instituciones financieras. Su aviso: la confianza se pierde en un segundo, pero lleva mucho tiempo ganarla. Y en tiempos de crisis, preocupa -según Díez Nicolás- la configuración de la economía española, con males arraigados en los tiempos de bonanza.
Época de delincuencia
Las estadísticas policiales hablan por sí solas. Tras años sin grandes problemas económicos, las dificultades actuales para llegar a fin de mes elevan los delitos. Cataluña fue una de las primeras que hizo sonar las alarmas, el pasado mes de septiembre, cuando el consejero de Interior, Joan Saura, anunció que preveía un aumento de los delitos para los próximos meses. Asimismo, fuentes del Ministerio del Interior corroboraron a este periódico que ya se había producido un aumento de los atracos a las sucursales bancarias en los últimos meses.
Pero la delincuencia se ceba también con otros sectores, como es el caso de los taxistas. Son presas fáciles y siempre con dinero en efectivo. Según asociaciones de taxistas, el número de robos ha aumentado considerablemente en los últimos meses y aunque la mayoría se quedan en confrontaciones verbales, algunas veces se producen agresiones. Los delincuentes suelen buscar en los taxis botines rápidos, pero no suelen superar los 50 euros.
Lo que la hipoteca une...
Antes, el matrimonio se sellaba con un "hasta que la muerte nos separe". En 1981, la Ley del Divorcio facilitó la salida de una mala convivencia. Pero, actualmente, no hay ley que valga ante la subida del euribor. Las hipotecas están poniendo bastantes trabas en el camino para poder divorciarse. Tanto es así, que en 2007 los divorcios descendieron en torno a un 7 por ciento y sólo en el primer trimestre de este año cayeron hasta casi el 20 por ciento.
Y es que ni la crisis de las vacaciones del verano, ni las facilidades de la ley del divorcio express de 2007 pueden hacer que económicamente una pareja se pueda independizar el uno del otro. El camino que se recorría en caso de divorcio, si la pareja no era demasiado solvente económicamente, era el de vender la casa familiar. El inmueble se podía saldar en una media de seis meses, pero la situación inmobiliaria ha cambiado y ahora se tarda algo más. Eso... si se consigue vender.
Cuando no se tiene la casa pagada por completo, se complica todavía más si hay hijos de por medio. En estos casos, con un salario medio es bastante difícil continuar pagando la hipoteca, el alquiler de un piso para uno de los miembros del matrimonio disuelto y pasar una pensión alimenticia, si éste fuera el caso. Una consecuencia de estos casos es la vuelta a la morada de los padres o, incluso, la vuelta a los tiempos de estudiante: compartir un piso por habitaciones.
Las decisiones de consumo están condicionadas por unos precios que a duras penas dan tregua, las relativas a la vivienda y alojamiento zozobran al oír el lejano eco de las palabras euribor, aval, crédito... y el aventurero que se adentre en una inversión o un negocio, queda aplastado por una creciente incertidumbre. En todo este contexto, la sociedad ve cómo la caída de la actividad económica se manifiesta en los distintos aspectos del día a día. La salud, los divorcios, la percepción de los líderes e instituciones. Son algunas de las esferas en las que late el pulso de una crisis.
Mal cóctel para la salud
La coyuntura económica no perdona y son muchos los ciudadanos que tienen que llamar a la puerta del psiquiatra o recurrir a ayuda farmacológica para amortiguar el golpe. A falta de datos sobre consultas en servicios psiquiátricos, el Colegio de Psicólogos de Madrid ha alertado de una subida del 12 por ciento en el número de visitas registradas en la capital desde el pasado mes de junio. Por su parte, un estudio de la federación de autónomos ATA constata que casi el 75 por ciento de las emprendedoras madrileñas ha sufrido crisis de ansiedad.
Y es que tanto la posible merma de ingresos, como la pérdida del trabajo o la subida de la hipoteca, entre otros factores, están detrás del aumento de los cuadros de angustia, ansiedad o depresión entre los nuevos pacientes, según los psicólogos.
No sólo los trabajadores tienen que lidiar con los trastornos mentales. Los pensionistas también pueden verse muy afectados. Florencio Moneo, médico especialista de Avances Médicos, asegura que la pérdida de poder adquisitivo y la incertidumbre sobre el futuro provocan "desequilibrios mentales" en personas mayores de 70 años.
Los síntomas son variados. La ansiedad puede durar todo el día o ir acompañada de insomnio y palpitaciones. Puede ser una crisis puntual que provoca sensación de vértigo o dificultades en la respiración e incluso dolores opresivos en el pecho, parecidos a un infarto de miocardio.
Para combatir sus efectos, el consumo de antidepresivos y ansiolíticos está a la orden del día. Este grupo de fármacos es, de hecho, el tercero más consumido en España, con o sin crisis. Sólo en antidepresivos el gasto asciende a los 700 millones de euros al año. Y todo parece indicar que se puede ahora disparar.
La propia Organización Mundial de la Salud ha advertido de "las posibles consecuencias de la crisis económica en la salud mental". Incluso el ministro de Sanidad, Bernat Soria, ha llamado la atención sobre este hecho y ha propuesto "extremar la vigilancia" de este tipo de enfermedades a través de un Observatorio de Salud Mental.
Pero el impacto económico de la ansiedad, el estrés o la depresión que sienten muchos ciudadanos por sus problemas financieros va mucho más lejos del gasto en botica. Según el vicepresidente de la Sociedad Española de Psiquiatría, el doctor Jerónimo Saiz, los trastornos mentales son la causa del 10,5 por ciento de los días perdidos por incapacidad temporal y del 6,8 por ciento de los años de vida laboral perdidos por invalidez permanente.
Ser joven: mala elección
El foco del huracán económico incide, en gran medida, sobre los jóvenes. Es el colectivo, tras los inmigrantes, más perjudicado ante la crisis. Un ejemplo de ello se encuentra en las colas que se forman ante las oficinas del antiguo Inem. El número de jóvenes parados roza los niveles que se registraron en enero de 2004, cuando eran 313.992 menores de 25 años los que buscaban un empleo, según datos del Ministerio de Trabajo e Inmigración. Algo superior es el que se registró el pasado mes de septiembre, con 319.643 parados que aún no habían cumplido los 25, exactamente 85.000 más que hace un año.
Pero los jóvenes no tienen que enfrentarse tan sólo al problema del paro. Buscar un trabajo estable e indefinido es una odisea para este colectivo. Según la Asociación de Grandes Empresas de Trabajo Temporal (Agett), es el colectivo que más sufre la temporalidad en los contratos laborales. En el segundo trimestre de este año la proporción de temporalidad en los jóvenes subía hasta el 48,35 por ciento, 19 puntos por encima de la tasa total.
Además son los primeros que se ven afectados por un ajuste del mercado, lo que se traduce en despidos o no renovaciones. Y, como no podía ser de otra forma, en tiempos de crisis las principales preocupaciones cambian. El sondeo de opinión del Instituto de la Juventud (Injuve) constata que la principal inquietud de los jóvenes es el paro, seguida de la vivienda y de los problemas económicos. Aunque la vivienda se sitúe, según sus sondeos, en el segundo lugar, es uno de los principales obstáculos para la emancipación juvenil, tan complicada en la sociedad española.
Formación como salida
Cuando crece el paro, automáticamente aumenta la demanda de cursos de formación. Es la oportunidad de ampliar el currículo y abrir caminos. "La formación es la que establece diferencias profesionales en momentos difíciles", según la directora pedagógica de CCC, Rosa Iglesias. "En tiempos de crisis, la demanda gira hacia la Formación Profesional, es decir, hacia planes que dan acceso a empleo", añade.
La demanda de este tipo de cursos subió el pasado septiembre un 49,53 por ciento respecto al mismo mes de 2007, según datos de CCC. En cuanto a edades, los alumnos que se lanzan se sitúan entre los 21 y los 35 años. El colectivo inmigrante está cada vez más presente en los cursos. La versatilidad laboral del trabajador inmigrante le permite cambiar a otros sectores, por lo que sus áreas de formación preferentes fluyen por diversos cauces.
Si de buscar el impacto social de la crisis se trata, la visión de un sociólogo es crucial. El catedrático de la materia, Juan Díez Nicolás, indicó a elEconomista que ahora se palpa un gran déficit de confianza entre los ciudadanos. Por ejemplo, se les dice que el sistema financiero español marcha bien, que los bancos son solventes, pero se dispara la compra de cajas fuertes o el alquiler de cajas de seguridad bancarias. Los pequeños comerciantes sienten que si quiebran están desprotegidos, en favor de las grandes compañías. Siente que si a éstas les ocurre algo, las administraciones se sientan a buscar una solución. Y, mientras, el pequeño negocio se ve abocado a sufrir la crisis en su máxima crudeza.
No hay que olvidar que el 90 por ciento de las empresas, en España, son pymes. Por otra parte, apunta Díez Nicolás, "los estados de opinión están en el subsuelo", en parte porque la población siente que la crisis la pagan los de siempre: las clases medias y bajas, aduce. Y claro, infiere el catedrático, esta pérdida de confianza general se concreta de forma particular en partidos y líderes políticos e instituciones financieras. Su aviso: la confianza se pierde en un segundo, pero lleva mucho tiempo ganarla. Y en tiempos de crisis, preocupa -según Díez Nicolás- la configuración de la economía española, con males arraigados en los tiempos de bonanza.
Época de delincuencia
Las estadísticas policiales hablan por sí solas. Tras años sin grandes problemas económicos, las dificultades actuales para llegar a fin de mes elevan los delitos. Cataluña fue una de las primeras que hizo sonar las alarmas, el pasado mes de septiembre, cuando el consejero de Interior, Joan Saura, anunció que preveía un aumento de los delitos para los próximos meses. Asimismo, fuentes del Ministerio del Interior corroboraron a este periódico que ya se había producido un aumento de los atracos a las sucursales bancarias en los últimos meses.
Pero la delincuencia se ceba también con otros sectores, como es el caso de los taxistas. Son presas fáciles y siempre con dinero en efectivo. Según asociaciones de taxistas, el número de robos ha aumentado considerablemente en los últimos meses y aunque la mayoría se quedan en confrontaciones verbales, algunas veces se producen agresiones. Los delincuentes suelen buscar en los taxis botines rápidos, pero no suelen superar los 50 euros.
Lo que la hipoteca une...
Antes, el matrimonio se sellaba con un "hasta que la muerte nos separe". En 1981, la Ley del Divorcio facilitó la salida de una mala convivencia. Pero, actualmente, no hay ley que valga ante la subida del euribor. Las hipotecas están poniendo bastantes trabas en el camino para poder divorciarse. Tanto es así, que en 2007 los divorcios descendieron en torno a un 7 por ciento y sólo en el primer trimestre de este año cayeron hasta casi el 20 por ciento.
Y es que ni la crisis de las vacaciones del verano, ni las facilidades de la ley del divorcio express de 2007 pueden hacer que económicamente una pareja se pueda independizar el uno del otro. El camino que se recorría en caso de divorcio, si la pareja no era demasiado solvente económicamente, era el de vender la casa familiar. El inmueble se podía saldar en una media de seis meses, pero la situación inmobiliaria ha cambiado y ahora se tarda algo más. Eso... si se consigue vender.
Cuando no se tiene la casa pagada por completo, se complica todavía más si hay hijos de por medio. En estos casos, con un salario medio es bastante difícil continuar pagando la hipoteca, el alquiler de un piso para uno de los miembros del matrimonio disuelto y pasar una pensión alimenticia, si éste fuera el caso. Una consecuencia de estos casos es la vuelta a la morada de los padres o, incluso, la vuelta a los tiempos de estudiante: compartir un piso por habitaciones.
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