Autor: legalcity
Un velero destartalado ha llegado a la costa con 106 inmigrantes irregulares a bordo. Los sin papeles detenidos, entre los que había diez mujeres y una niña de cuatro años, se hallaban en condiciones lamentables: famélicos, sucios y con las ropas hechas jirones. La bodega del barco, que sólo mide 19 metros de eslora, parecía un vomitorio y despedía un hedor insoportable.
Ésta podría ser una historia de hoy. Pero la noticia se produjo el 25 de mayo de 1949, los emigrantes eran españoles y el puerto al que habían arribado, venezolano. El suceso fue publicado en la primera página del diarioAgencia Comercial. Aquella portada se ha convertido en mil carteles editados por el Gobierno de Canarias con la leyenda ‘Nosotros también fuimos extranjeros’. El consejero de Empleo y Asuntos Sociales del Ejecutivo autónomo, Marcial Morales, espera que sirvan para ayudar a comprender el fenómeno de la inmigración irregular que ahora llega a nuestras playas.
Pero hoy retomamos este artículo de Tomás Bárbulo para apelar a la memoria histórica. ¿Por qué hoy? Porque hoy 3 de septiembre de 2012 es el primer día en que los inmighrantes “sin papeles” tienen que pagar por recibir asistencia médica en España. Se estima que 910.342 extranjeros en situación irregular o que no cotizan en la Seguridad Social perderán la tarjeta sanitaria en España. O lo que es lo mismo, cientos de miles de inmigrantes “sin papeles” quedarán sin asistencia sanitaria. Con este artículo hacemos un llamamiemnto al gobierno español para que derogue este decretazo porque además de ser un medida injusta; la historia, la historia da muchas vueltas.
Cuando aquellas 106 personas desembarcaron en Latianoamérica, España estaba hundida en la miseria y machacada por la represión franquista, mientras que Venezuela era una nación emergente. Aunque la diferencia entre ambos estados era menor de la que hoy existe, por ejemplo, entre Nigeria y nuestro país, los españoles experimentaban el mismo efecto salida que empuja a los inmigrantes subsaharianos que llegan a las islas.
La historia comenzó el Sábado de Gloria de 1949. Un centenar de personas se deslizaron por el muelle de Las Palmas y embarcaron en varias falúas. La mayoría eran campesinos de Gran Canaria que ganaban 20 pesetas por trabajar de sol a sol y que habían tenido que vender sus cabras para pagar las 4.000 pesetas del billete, una pequeña fortuna para la época. En el pasaje también había 15 tinerfeños, 10 palmeros, cinco cubanos hijos de isleños y 15 peninsulares de Murcia, Madrid, Almería, León, Ourense, Asturias, Cuenca, Cádiz, Navarra y Baleares, un canario nacido en Filadelfia (EE UU) y una española venida al mundo en Auxerre (Francia).
Durante varios días habían permanecido ocultos en casas particulares. Juan Azcona, uno de los organizadores del viaje, ha declarado que alojó en su vivienda a más de 20. Si le hubieran aplicado la actual Ley de Extranjería habría pasado una buena temporada a la sombra por tráfico de personas. De ese mismo delito habría podido ser acusado Ramón Redondo, que un mes antes había pagado 250.000 pesetas por una goleta llamada La Elvira, que durante 96 años había sido dedicada a la pesca en las costas de África. Redondo pensaba amortizar la compra con el precio de los pasajes y con la venta del lastre de sal que llevaba el barco.
Las falúas pusieron proa hacia la península de Jandía, al sur de Fuerteventura, donde les esperaba La Elvira. Los pasajeros acababan de abordarla cuando oyeron dos tiros y vieron acercarse vertiginosamente la lucecita verde de una patrullera. Huían con todas las velas desplegadas, pero la lancha ganaba terreno. ‘¡Deténganse en nombre de España!’, ordenó la Guardia Civil por el altavoz. Los agentes se colocaron en paralelo a la goleta: ‘¡Entréguense!’, volvieron a ordenar. ‘¡Que se entregue tu madre!’, les respondió una voz en la oscuridad. Un golpe de viento feliz lanzó al velero hasta aguas internacionales.
La Elvira tardó 36 días en cruzar el Atlántico, empujada por los alisios. Durante ese tiempo sus pasajeros se alimentaron de patatas podridas, garbanzos con gorgojos y gofio picado. El agua estaba racionada.
Gonzalo Morales, que escribió un libro sobre la historia, Fugados en velero, cuenta que pasaban casi todo el día en la bodega, donde sólo cabían tumbados y apretados como sardinas en lata. ‘No podíamos ni darnos la vuelta’, ha declarado Paco Azcona. Hacían sus necesidades tras unos tablones. Vomitaban unos sobre otros y pronto se llenaron de piojos. El ácido de los vómitos y el salitre del mar desgastaron sus ropas, que se convirtieron en harapos. Con aquellos jirones, las mujeres hicieron compresas cuando se les presentó la regla. La Elvira hedía como una cloaca.
Antonio Domínguez, apodado El Puro por su afición al tabaco, era el capitán costero encargado de sacar el barco de las islas. Luego debía pasarle el mando a Antonio Cruz Elórtegui, capitán de altura. Pero Elórtegui había mentido: ‘Soy un perseguido político vasco. No tengo dinero y presentarme como capitán era la única forma de embarcar’, confesó. Intentaron lincharlo, pero el armador, el costero y los cinco marineros lo evitaron. ‘Tenemos que volver a Canarias’, anunció El Puro al ver que carecían de capitán. Pero un pasajero llamado Regino Camacho, que antes de la guerra civil había sido acusado de asesinato, armó un motín y, pistola en mano, le persuadió de que se hiciera cargo de la nave. No era Camacho el único homicida que viajaba en el barco, ni el suyo el único revólver a bordo. Al final de la travesía las autoridades venezolanas intervinieron tres armas de fuego en La Elvira.
El Puro navegó contra la salida del sol. Sólo se auxiliaba con el cronómetro de Ramón Redondo, el armador, que le permitía calcular cómo se reducía la diferencia horaria entre Canarias y Venezuela. En el medio del Atlántico un huracán rompió el timón y estuvo a punto de enviarlos a pique. Al amanecer del 22 de mayo, tras 36 días de viaje, alcanzaron el puerto de Carúpano, en Venezuela.
Antes de fallecer, Ramón Redondo, el armador, dejó escrito el final de la aventura: ‘Fuimos remolcados hasta La Guaira por una lancha de la Guardia Nacional. Las autoridades nos reseñaron como inmigrantes voluntarios. Luego nos trasladaron hasta un centro de inmigración de Caracas. De ahí nos llevaron al estado de Yaracuy, a un central azucarero llamado Matilde, donde estuvimos limpiando surcos y abonando los cañaverales. Después de un mes viajé en autobús hasta Caracas, donde viví en una pensión y limpié coches por la noche. Me enteré de que habían trasladado La Elvirahasta Puerto Cabello. Allí me fui. Unos pescadores me acercaron hasta ella y me dejaron solo. Lo encontré todo tan desmantelado que me dieron ganas de llorar. Subí por las jarcias hasta lo alto del mástil y rescaté la bandera española que habían hecho las mujeres con trozos de tela (…). Regresé a Caracas y, después de muchos contratiempos, organicé mi vida, me casé con Aura Vera y tuve cuatro hijos’.
El año pasado, Ramón Redondo quiso volver a Tenerife con su familia. Llegó herido de muerte. No había tenido tiempo de poner su documentación en regla, y lo rechazaban en el hospital. Falleció en febrero. La Administración ha informado a su esposa de que, dado que no convivieron un año en España, no tiene derecho a la pensión de viudedad. ‘¡Pero si llevamos casados 52 años!’, ha protestado ella. Le han respondido que la ley protege al Estado de los matrimonios de conveniencia.
Las claves:
Qué…
Emigración española. En Venezuela habitan hoy 126.000 españoles, la mayoría de origen canario o gallego (el 54% regresaron). Sólo entre 1948-1950, unos 12.000 canarios emigraron. Entre 1900 y 1913, 180.000 emigrantes españoles zarparon al año.
Quién…
Por comunidades. Los gallegos, canarios, vascos, catalanes y andaluces fueron los que más emigraron.
Cómo…
Varias vías. Dependió de la época, y de las leyes migratorias. Hubo cargamentos clandestinos, embarcados en alta mar, o en los puertos de Burdeos, Lisboa, Marsella o Gibraltar, lugares más permisivos. También hubo inmigrantes que viajaron de modo legal, acudiendo a las propuestas de empleo.
Por qué…
Hambre y riquezas. Emigraron por la miseria reinante en el país, o siguiendo a los reclutadores latinoamericanos que prometían riqueza, o a sus propios familiares por sus cartas.
“Júrame que no morirás”, le dijo, siendo niña, Blanca Azcona a su padre, Paco. “Miénteme, dime que estaremos siempre juntos, unidos, como eternos Don Quijote y Sancho Panza”, susurró con cálido acento venezolano. Paco Azcona, su “papá”, ‘incumplió’ la promesa, y murió a la edad de 76 años. ¿Acaso podía cumplirla?
En su entierro, en el municipio venezolano de Guarena, sonó el segundo himno de aquel país: Alma llanera. Y cuando la tierra que le había acogido cayó sobre el féretro, sus hijos improvisaron una isa canaria, su última voluntad: “Palmero sube a la Palma…”
De su memoria sobreviven los recuerdos de sus tres hijos (Blanca, Raquel y Jesús). Y de su historia, una cinta de casette en la que narró el calamitoso viaje.
Paco fue uno de los 106 inmigrantes de La Elvira, paupérrimo velero que cruzó en 1949 el Atlántico, desde Gran Canaria al puerto de la Guaira, en busca de un nuevo horizonte. Clandestinos, “viajamos hombres de 14 años en adelante, 14 mujeres y una niña de siete años…”, escribió.
Un centenar de apátridas forzados a desafiar a Poseidón (el que sacude la tierra y las conciencias), a sus olas, y el hambre, ese trauma generacional. Pagaron, cada uno, 4.000 pesetas.
Es la historia de la otra España del franquismo, la de los marginados, zarrapastrosos, la de los cayuqueros prototípicos; santos patrones inconscientes, invocados hoy por los subsaharianos.
El hermano de Paco, Juan, casi pudo palparle, en la oscura lejanía, desde la lancha, en la madrugada del 17 de abril. Casi pudo sentirlo cuando se sacrificó, y renunció a subirse al barco en la playa de las Canteras (Gran Canaria), en el crítico momento, al escuchar el rugido de una patrullera de la Guardia Civil: “¡Alto, en nombre de España!”.
Juan, el organizador, el que había reunido a casi la mitad de la tripulación en su misma casa, se quedó en tierra. Era la tercera vez, y la última que organizaría este viaje. Su hermano pudo zarpar. Y Juan, casi lo sintió en la oscuridad: “Adiós, Paco, suerte”.
Paco fue “lanzado como un saco de patatas dentro del velero. Tenía 17 añitos. Era analfabeto cuando llegó acá, Venezuela”, dice su hija Blanca, de 43 años, a la que gusta apodarse Princesa Yaiza, por su origen canario, y en honor a una hija que murió demasiado joven.
Ella, Raquel y Jesús, los tres venezolanos, se han criado con las narraciones de la odisea. “Nos contaba que hacían carreras de piojos para matar el tiempo”, explica Raquel. Se levantaban “mojados por los vómitos de sus compañeros, dormían uno encima de otro, y se turnaban para que unos estuvieran arriba del bote, y otros abajo; no cabían”.
Hacinados: canarios, andaluces, castellanos y vascos: la otra España. “En las cucharillas hicieron un agujero para escurrir los gorgojos”. El gofio (granos de trigo tostados al estilo canario) era su alimento. Y su guía, la estrella polar. Cada amanecer sonreían a Dios: “¡seguían vivos!”.
Al llegar a la costa, famélicos, tras 36 días de calamidades, se lanzaron sobre una fruta extraña. “Olía a trementina, y pensaron que era veneno”, dice Blanca. “Pudo más el hambre que el miedo a morir“. Tuvieron suerte, ese veneno, era mango.
Paco Azcona rehizo (¿o empezó?) su vida en Venezuela. Se hizo pintor de brocha gorda, durmió en las plazas, mendigó platos de comida. Tuvo otra vez suerte y se casó con Ermelinda, que hoy tiene 83 años, y sufre alzheimer. Ella era venezolana, maestra, y le enseñó. “Mi papá acabó siendo muy culto y querido en Guarena. Montó el Orfeón de la ciudad, el Liceo, el primer periódico…”, dice Blanca.
Sólo regresó a España en tres ocasiones, a partir de 1970, “muy asustado, por si le hacían quedarse a hacer el servicio militar”.
¿Acaso pudo Paco cumplir con la infantil promesa? Tal vez sí, cuando dentro de unos años, una tal Fátima, hija de un tal Mohamed, repita en un lugar de España esta sentencia mágica: “Júrame, papi, que no morirás”. Y él responda lo mismo que pudiera responder Paco: «Inshallah/si Dios quiere».
EN LA ACTUALIDAD: los españoles se van en “pateras aéreas”…. pero también se van.
La emigración de españoles gana fuerza este año. La situación económica del país parece empujar a los ciudadanos nacidos en España a buscar oportunidades en otros países. En concreto, y según los últimos datos publicados hoy por el Instituto Nacional de Estadística (INE), 40.625 españoles se fueron en el primer semestre de este año, frente a los 28.162 del mismo periodo de 2011.
Las cifras de emigración de este año también son muy superiores a las de los ejercicios anteriores. En 2010 salieron de España hasta junio 22.047 españoles y 22.622 en 2009.
Las fugas aumentan a pesar de que los españoles no se caracterizan precisamente por su experiencia en el extranjero y por su predisposición a cambiar de país para encontrar una mejor situación económica.
Un reciente informe elaborado por Adecco e Infoempleo.com revela que el 64% de los profesionales españoles estaría dispuesto a cambiar de residencia por cuestiones de trabajo, tanto en el ámbito nacional como internacional. Pero el mismo estudio admite que este elevado porcentaje se puede deber a la idealización de un puesto de trabajo en el extranjero.
España pierde población
Los datos publicados hoy por el INE son sólo estimaciones de la población actual, por lo que no son cifras censales tomadas como oficiales. Para realizar estas estimaciones, el organismo estadístico utiliza en cada trimestre la última información disponible sobre el devenir demográfico más reciente.
En el primer semestre de este año abandonaron España para irse al extranjero un total de 269.513 personas, de las cuales, 40.625 eran españoles y 228.888 tenían nacionalidad extranjera.
La salidas superan ampliamente las llegadas, que fueron de 195.539, de las que 17.518 son de españoles y 178.021, de extranjeros.
Parece que la tendencia iniciada en 2011 tiene continuidad este año. Durante el ejercicio pasado, la salida de españoles al extranjero y el retorno a los países de origen de los inmigrantes provocaron que por primera vez en la última década, España registrara un saldo migratorio negativo. En concreto,507.740 personas abandonaron España en 2011, por los 457.650 que llegaron para instalarse.
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