2010/03/02

Prejuicios racistas hacia los "menas"



POR CÉSAR MANZANOS, DOCTOR EN SOCIOLOGÍA Y PROFESOR EN LA ESCUELA UNIVERSITARIA DE TRABAJO SOCIAL DE ÁLAVA PARA entender por qué se están instalando en nuestra sociedad ciertos prejuicios hacia un determinado grupo social hemos de comenzar por saber cuál es la imagen que se ha construido sobre ese colectivo, quienes la han construido y con qué intencionalidad. En el caso de la juventud extranjera desprotegida, el imaginario colectivo se ha edificado en torno a tres conceptos asociados: menores, extranjeros, no acompañados (menas). Y podemos observar que la imagen construida en torno a estos tres términos es del todo imprecisa, relativa, parcial y, por tanto, tendenciosa e inadecuada. Por ello vamos a poner en solfa cada uno de estos tres términos, en el origen de los estereotipos. Por lo que se refiere a la categoría de menor, es un concepto político-jurídico que hace referencia a las personas sobre las cuales la administración tiene la obligación temporal de ejercer la tutela cuando son menores de 18 años. Pero por encima de todo, lo que otorga sustantividad a su realidad es que son niñas y niños adolescentes y jóvenes en situación de desventaja social, independientemente de su edad. Por tanto hemos de ir más allá de una óptica estrictamente jurídica, y por tanto reduccionista, que estigmatiza a estos jóvenes instalando en la sociedad la sospecha de ser defraudadores de la ley. Además, ellos han madurado psicológicamente antes, han tenido que aprender a asumir responsabilidades, a funcionar autónomamente, a buscarse la vida mucho antes, por lo que en muchos casos han madurado de un modo muy distinto que la infancia, adolescencia o juventud de las culturas de nuestros países enriquecidos. En cuanto al adjetivo calificativo no acompañado, es aún más relativo y su uso nos confunde más que aportarnos luz sobre la realidad social de la que estamos hablando y a la que queremos dar respuestas. El estereotipo creado es que cuando hablamos de los menas nos referimos a chicos adolescentes, procedentes de países no comunitarios -principalmente de África y en menor medida del Este de Europa- que hacen el viaje para llegar aquí de forma ilegal y sin un familiar directo que en calidad de tutor les acompañe. Pero los estudios apuntan a la heterogeneidad y diversidad de situaciones. Así, por ejemplo, descubrimos que la mayoría de ellos, acompañados no por sus tutores, sino en grupos que denominamos bandas o con otros adultos, como en el caso de las pateras. En muchos casos vienen con referencias de con-nacionales y familiares que nosotros consideramos en nuestro esquema etnocéntrico de parentesco lejanos, pero que en sus culturas no lo son. Son escasos los casos de familias que tienen la expectativa de compartir el proyecto migratorio una vez de que se hayan asentado y, sin embargo, el argumento racista para justificar la repatriación y la necesidad de frenar la inmigración de los etiquetados como menores no acompañados es que son utilizados como avanzadilla, para luego reagruparse su familia una vez que el menor haya conseguido la regularización de su situación. También en su país de origen las situaciones eran heterogéneas: en algunos casos estaban escolarizados y no trabajaban; más frecuentemente no estaban escolarizados y hacían vida en la calle sin trabajar; otros proceden de familias en situación de precariedad económica y en algunos casos también estaban separados de su núcleo familiar debido a diversas circunstancias. El estereotipo que utilizamos para construir su perfil hace referencia a quienes están institucionalizados, es decir, visibles y en contacto por los sistemas institucionales formales, pero existe una cantidad importante de infantes, adolescentes y jóvenes no registrados en situación de desamparo, de abandono social y, en no sabemos cuántos casos, de explotación. Por último, en cuanto a la tercera categoría extranjeros, es quizás la que más claramente desvela su condición impuesta por nuestras sociedades de llegada, por nuestras instituciones, por partidos políticos y medios de comunicación que generan una determinación legalista, políticamente interesada, donde no prima la categoría de extranjeros como situación transitoria con el objetivo de facilitar el proceso para que lleguen a ser nacionales, sino muy al contrario. El objetivo es crear prejuicios, dispositivos políticos, legislativos y policiales para limitar e impedir su proceso de incorporación social y buscar por todos los medios su expulsión. Una de las condiciones para poder conseguir la regularización es permanecer oculto el mayor tiempo posible, para lo cual recurren a estrategias diversas: movilidad geográfica, evitar el contacto con instituciones, cobijarse al amparo de con-nacionales, dejarse utilizar y maltratar por mafias nacionales, huir del centro antes de cumplir los 18 años para no ser repatriados, etcétera. Esto les condena a internalizar una actitud constante de clandestinos bajo sospecha. Lo que sí tiene en común esta juventud extranjera desprotegida es que, dentro de su heterogeneidad, provienen en muchos casos de situaciones sociales, familiares y personas deterioradas, donde han sido vulnerables y excluidos, y su situación en nuestro país se reproduce, con una amenaza constante de expulsión, persecución policial o etiquetamiento mediático y de exclusión social. Y tienen también en muchos casos el rasgo común del objetivo claro de conseguir los papeles para poder residir y trabajar legalmente. No tienen nada que perder; lo peor que les puede pasar es que les devuelvan a su lugar de origen, y una parte importante tiene claro que intentarán regresar de nuevo. Muchos regresarán con más contactos con compatriotas y, sobre todo, con mayor conocimiento de cómo funciona nuestra sociedad, aunque otros quizás no vuelvan a tener la suerte de sobrevivir de nuevo a la travesía en patera.


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