2008/10/26

Por encima de la barrera racial

El predicamento del candidato demócrata entre millones de blancos es histórico en Estados Unidos y revela que el prejuicio pierde terreno
REPORTAJE: RACISMO. EL ÚLTIMO OBSTÁCULO
JUAN JESÚS AZNÁREZ 12/10/2008

Obama presidente? "¡Uf, no!". El motorista de la Harley Davidson aparcada junto a un 7-Eleven del condado de Macomb, próximo a la ciudad de Detroit, cabalga sobre el racismo. No le gustan los negros, el 12,1% de la población de Estados Unidos, ni alberga dudas sobre el destinatario de su voto, el patriota blanco John McCain. El piloto de la emblemática moto made in USA no pertenece al segmento de indecisos que el próximo 4 de noviembre, en la intimidad de la cabina de votaciones, puede rendirse a los prejuicios raciales. Paul lo tiene claro: un negro, nunca. El racismo emparentado con las piras del Ku Klux Klan y la horca fue erradicado en este país hace cuatro decenios y la igualdad ante la ley obliga. Pero el racismo cultural e inconsciente aún cuenta. Y si aparece, el candidato demócrata, Barack Obama, perderá un buen número de sufragios.
Un sondeo indica que el 17% de los blancos simpatizantes del Partido Demócrata apoyará a McCain
Muchos indecisos todavía no han asociado a Obama con sus negativos prejuicios raciales
Los republicanos, más militaristas y favorables a limitar los programas sociales, conectan peor con la población negra
La gran mayoría de los negros y más de la mitad de los hispanos se disponen a votar por Obama
María puso la pegatina "Obama 2008" en su jardín con cierto temor, pero otros vecinos hicieron lo mismo
El arquero George aborrece el color de la piel de Obama. Y pregunta: "¿En España hay muchos negros?"
El motorista de la Harley, que iza en la grupa de la máquina la bandera de las barras y las estrellas, viaja por el Estado de Michigan acompañado de su mujer y de otros cuatro amigos, también emparejados y menos radicales en sus planteamientos. Todos frisan los cincuenta. Mientras toman café, miran y remiran sus cabalgaduras, comentan las últimas novedades del equipamiento y magnifican las prestaciones de sus motores, que adquieren la categoría de superlativos ante el mirón extranjero. ¿Y las elecciones? ¿Ganará Obama? "Yo creo que no, pero le voy a votar", dice Lina, embutida en una cazadora de cuero con una calavera estampada en la espalda. "No le será fácil ganar por el sur. Yo nací en un pueblo de Tejas y allí no es fácil para un blanco apoyar abiertamente a un negro. La gente dice que tienen su lugar aparte. Las cosas son así".
Las cosas son así en la América profunda y en una encuesta de la Universidad de Stanford: un tercio de los electores del Partido Demócrata confiesa negativas percepciones sobre la población negra por considerarla proclive a la pereza, la violencia y la irresponsabilidad. Ese grupo votó por Hillary Clinton en las primarias del Partido Demócrata de mayo y hay dudas sobre cómo vaya a hacerlo el mes próximo. Un sondeo de AP-Yahoo News ha cuantificado el porcentaje de las presumibles deserciones: el 17% de los blancos demócratas apoyará a McCain. La encuesta sugiere que, en conjunto, el índice de votos favorables a Obama subiría siete puntos si el candidato fuera blanco. Poco importan la competencia del senador Barack Obama, licenciado en Harvard, ni las razones objetivas de la población negra para su mayor pobreza, porque la aversión a la pigmentación oscura responde a causas complejas. Numerosos automovilistas criminalizan a este sector de la sociedad con gestos como bajar los seguros del coche cuando se acercan chavales negros, según constatan estudios de comportamiento.
"Pero ocurre algo asombroso: muchos indecisos todavía no han asociado a Obama con sus negativos prejuicios raciales", explica el analista Dick Meyer, autor del libro Por qué nos odiamos. Apenas medio siglo atrás, los negros eran ciudadanos de segunda en buena parte de Estados Unidos: debían ceder su asiento en los autobuses públicos, les estaba prohibida la entrada en restaurantes, no podían sentarse en los graderíos de los Tigres de Detroit, y el guiño a una mujer blanca en los Estados sureños podía costarles una paliza. "Only Whites" ("sólo blancos"), advertían los rótulos. El Centro Nacional de Encuestas preguntó, en el año 1944, si los negros debían tener las mismas oportunidades que los blancos a la hora de encontrar trabajo: el 55% de los entrevistados respondió que los blancos primero, y después, si no les interesaba el trabajo, los negros. Transcurridos más de 50 años desde aquellas mediciones, numerosos blancos acusan a los negros del injusto usufructo de sus impuestos cuando desaprovechan los cuantiosos recursos federales puestos a su disposición, a través de programas sociales y empleo público, destinados a mejorar la calidad de vida de esa minoría.
La esclavitud fue abolida hace 143 años, y la segregación en las escuelas públicas, en 1954. Pero no desapareció de los patrones culturales de muchos. Los contemporáneos del capirote del Klan cuentan con entre 60 y 85 años, el 36% del censo electoral, y debaten sobre política y raza con los hijos y nietos seducidos por el senador de Illinois, cuya emergencia y encumbramiento político acota el alcance del racismo en Estados Unidos.
El recorrido profesional del periodista de la cadena televisiva CBS Bob Schieffer, de 71 años, y dos de sus coberturas informativas, la primera el 1 de octubre de 1962, y la segunda el 26 de septiembre de 2008, resumen el progresivo arrinconamiento de esa lacra racial. Schieffer acudió a la Universidad de Misisipi hace 46 años para su bautismo de fuego como joven reportero: la matriculación de James Meredith, el primer estudiante negro. "De todos los conflictos que he cubierto, incluida la guerra de Vietnam, el más aterrador fue el vivido en aquel campus al desencadenarse los violentos disturbios". Cientos de personas sufrieron heridas y dos murieron cuando los alborotadores blancos, muchos de ellos universitarios, impidieron el ingreso de Meredith en el recinto universitario, protegido por guardias armados hasta la formalización de la matrícula.
Cuando el conductor de la CBS regresó al mismo campus el pasado viernes para informar sobre el primer debate de los candidatos presidenciales, todo le pareció tremendamente lejano. Contrariamente a la criminal conducta del gobernador de entonces, que permitió a francotiradores disparar contra los periodistas, "me encontré a estudiantes blancos y negros dando la bienvenida a los reporteros e invitados, y a una universidad que celebraba la presencia del primer candidato presidencial afroamericano. Falta mucho para la igualdad, pero el trecho recorrido es muy importante".
Estados Unidos combina el Estado de derecho con un racismo, subliminal a veces, que perjudica a Obama. Pero también le beneficia al estimular la masiva inscripción electoral de los jóvenes blancos enamorados del cambio y contribuye a atrapar más del 90% del voto negro, "el de los suyos", tradicionalmente demócrata. Probablemente también se llevará el apoyo de la mayoría de los hispanos y de otras minorías étnicas: el 25,3% de la población de la torre de Babel estadounidense, habitada por poco más de 300 millones de personas. "Estados Unidos tiene lo mejor y lo peor de todo el mundo", según el resumen del conductor de un transporte público en Washington, DC, habitada por cerca de 600.000 personas, el 55,4%, negro, y el 31,6%, blanco.
Los viejos abogados de la cruz ardiente y la supremacía blanca tragan quina. "Mi padre votará por McCain (descendiente de escoceses) porque dice que es de los suyos, que tiene la sangre cien por cien americana. Yo votaré a Obama, y eso le cabrea mucho", confiesa Jim, de 20 años, estudiante de Comercio, que vaguea en uno de los centros comerciales del condado de Macomb.
Y a menos de una hora se alza la ciudad de Detroit, que fue escenario en 1967 de unos choques raciales saldados con 44 muertos. Tenía dos millones de habitantes en 1950, pero apenas empadrona hoy a 900.000, negros el 80% de ellos. Ninguna ciudad de Estados Unidos perdió población de manera tan rápida como Detroit, blancos de la clase trabajadora que se fueron a Macomb, según alertó Coleman A. Young, su primer alcalde de color. "¿Y por qué se fueron? Por problemas económicos y raciales. O, mejor dicho, por problemas raciales y económicos".
Para el racismo ultramontano, el americano de verdad procede de Gran Bretaña o del norte de Europa, es blanco y protestante. El extremismo pide la pureza de sangre, y las hornadas del siglo XXI, una segregación ad hoc. Algunos padres parecen promoverla. La escuela pública de los hijos de Timothy Brock, de 50 años, es racialmente mixta e imparte clases a un kilómetro de distancia de la vivienda de los Brock, en Macomb. Él quiere matricularlos en una escuela 10 kilómetros más lejos, porque en la primera reciben "mala educación". Otros 200 padres, todos blancos, piensan lo mismo. "Eso es puro racismo", afirma Mildred Mason, al cargo de la inspección escolar en el condado. Los padres lo niegan, y surgen el encono y la animosidad subterránea.
Pero el mulato Obama, de madre blanca y padre africano, compite en las elecciones del 4 de noviembre con una visión política que trasciende lo racial. Durante el arranque de su campaña por la nominación demócrata, representantes de la comunidad afroamericana proclamaron que no era lo "suficientemente negro", que no era uno de los suyos, según recuerda Ramón Peralta, analista de la publicación de Michigan El Vocero Hispano. Algo había de cierto en las formas. Además de encarnar las ansias de cambio, el éxito del senador de Illinois reside en el abandono de la vieja táctica de los políticos afroamericanos del pasado: presentarse primero como negros y luego como políticos. Eso contribuía al alejamiento de amplios sectores de la población, según Peralta, que si bien concordaban con la visión política de esos candidatos, rechazaban la connotación racial que acompañaba su mensaje.
La raza como factor electoral es el elefante en la habitación de una de las elecciones presidenciales más inciertas y apasionantes de la historia. La campaña en curso incluye elementos antes ausentes, porque los 43 presidentes de Estados Unidos han sido blancos. Una viuda, votante tradicional del Partido Demócrata, confesó su alejamiento de Obama porque había escuchado que repartirá los fondos federales entre la población negra para compensar los sufrimientos de sus ancestros esclavos. La mujer no sabe de dónde había salido la especie, pero la cree. "Será el presidente de ellos (los negros)", anticipó otra vecina. Confusión y dudas en los estratos menos escolarizados. "Estudios recientes estiman que hay un racismo complejo que todavía no se ha manifestado, pero que puede ser activado por los republicanos o simplemente aparecer al final", agrega Meyer, director editorial de la Radio Pública Nacional (NPR). ¿Significa que John McCain va a capturar esos votos indecisos? Eso es difícil de decir. En el último minuto, el voto racista, negando que lo sea, puede importar; aunque puede imponerse a la actual crisis económica norteamericana como la espoleta fundamental de la motivación del elector.
El equipo de Barack Obama no desdeña el efecto Bradley, asociado al nombre de Tom Bradley, alcalde negro de Los Ángeles en el año 1982, que perdió el cargo después de haber liderado todas las encuestas previas a la emisión del voto. ¿Qué ocurrió? Pues que muchos mintieron a los encuestadores para no admitir ante ellos sus prejuicios raciales, manifestados, en cambio, en el mano a mano con la urna. La conducta apenas sorprende, pues informes psicológicos calculan que el 90% de los blancos norteamericanos registra más asociaciones mentales positivas con los blancos, más americanos, que con los negros. La igualdad racial se antoja una quimera, pese al optimista juicio del maletero negro de Detroit, Tom Rhodes, de 30 años, que observa "bastantes avances". Y lo explica: "Por eso Obama le ganó a Hillary Clinton. Mi padre me dice que las humillaciones eran antes durísimas".
Estados Unidos ha cambiado. Y los blancos emparentados con la intolerancia pierden terreno, porque la inmigración ha alterado la demografía y la política. Sólo el 4,7% de la población total de Estados Unidos (9 millones de personas) había nacido fuera del país en el año 1970, mientras que el porcentaje ha trepado hasta el 11,1% (31 millones) tres decenios después. La composición racial, incluido el sufragio latino, influirá en el escrutinio. Presumiblemente, entre el 92% y el 94% de los negros votará por Obama, un porcentaje superior al de los anteriores candidatos demócratas a la Casa Blanca; y también cerca del 57% de los hispanos y otras minorías. El tope de los blancos pro McCain alcanza el 56%, según el promedio de las encuestas disponibles.
Los nuevos norteamericanos y las minorías étnicas son presa apetecida. Pero los republicanos no dependen tanto de ellos como los demócratas: sólo 36 delegados de los 2.380 que acudieron a la convención que proclamó a John McCain como candidato presidencial por los republicanos eran negros. La Convención Demócrata inscribió a 1.079 delegados negros de un total de 4.418. Ese desequilibrio no parece preocupante. La victoria del republicano Richard Nixon, en 1968, descansó sobre el voto de los blancos escamados por el movimiento de derechos civiles de aquella década, secundado por el asesinado presidente demócrata John F. Kennedy (1961-1963) y por su sucesor, Lyndon Johnson (1963-1969). A partir de entonces, y durante cuatro decenios, el granero blanco aupó a cuatro republicanos -Richard Nixon, Gerald Ford, George Bush y George W. Bush-. La plataforma programática republicana, más militarista y favorable a la reducción del papel del Estado en la economía y a la limitación de los programas sociales, conecta menos con los intereses de la población negra. "Existe la impresión de que los miles de millones de dólares que se gastan en Irak podrían invertirse en programas sociales de este país, que tendrían un gran impacto en la vida de los afroestadounidenses", según el analista Earl Ofari Hutchinson, autor del libro La presidencia étnica.
"¿Y por qué los negros votarán con tanto entusiasmo por Obama?", se pregunta Cinque Henderson, un negro reacio a hacerlo. "En buena medida, por su mujer, Michelle. Las mujeres negras están como locas con Michelle. Si se hubiera casado con una mujer blanca, la candidatura no hubiera despegado tanto". El empleado de banca George Lawrence casó con Kathy en Pontiac (Michigan), tuvieron dos hijos, y juntos viajaron a Dearborn para hacer de turistas en la ciudad de Henry Ford, el fundador de la gigantesca marca automovilística. El visitante puede conocer una parte de la historia norteamericana, a 20 dólares la entrada, a través de la peripecia del pionero Ford y de la cadena de montaje de una de las fábricas de su imperio. Mientras mecánicos y electricistas atornillan y cablean los esqueletos de camionetas servidas en bandeja por plataformas móviles, George comenta, desde una barandilla elevada, sobre el racismo: "Los negros suelen ser los responsables de sus propios fracasos. Reciben mucho dinero. Una madre soltera con problemas puede recibir de los fondos federales 2.500 dólares al mes".
La reciente y escandalosa destitución del alcalde negro de Detroit, Kwame Kilpatrick, reforzó el imaginario de los blancos convencidos de que los compatriotas llegados de África en barcos negreros son más irresponsables o menos de fiar. Los negros, menos del 13% de la población, constituían en el año 2006 el 37,5% de la población carcelaria. Uno de cada 33 varones negros cumplía prisión, por uno de cada 205 blancos. Cerca del 40% de los jóvenes afroestadounidenses en edad de trabajar está en paro, según el Censo de Estadísticas Laborales. Algunos analistas subrayan que las estructuras económicas no benefician el progreso de esa minoría. Cierto o no, el ex alcalde en desgracia, de 38 años, fue un demócrata emergente hasta su procesamiento por corrupción, perjurio, obstrucción a la justicia y mala conducta. Mintió bajo juramento sobre sus relaciones sexuales con la jefa de gabinete de la administración municipal, también casada y con dos hijos. Activistas de McCain recorrieron el cinturón industrial blanco de Detroit, habitado por empleados de las cadenas de montaje de Ford, General Motors y Chrysler, fontaneros, mecánicos, conductores o estibadores, para tratar de alejarles de la candidatura de Obama con el envenenado argumento de que, "a fin y de cuentas, es igual que Kilpatrick".
Todo vale en campaña. Con el mismo propósito, el Fondo de Defensa de la Democracia financió la emisión de cientos de cuñas televisivas para uncir al candidato demócrata con el alcalde perdulario, con quien aparece antes de la destitución, y con el reverendo Jeremiah A. Wright jr., supuesto guía espiritual de Obama durante dos decenios, que gritó en un sermón: "¡Maldita América!". Los prejuicios, las hojas volanderas, complican la vida a los jefes de los poderosos sindicatos norteamericanos adscritos al Partido Demócrata. Todos quieren el cambio, pero algunos no lo quieren de la mano de un afroamericano. Gerald McEntee, líder de la Federación Americana de Empleados Estatales, compareció en un mitin para sacudir a sus compañeros: "Ya está bien de tanta tontería racista. Tenemos que fijarnos en las credenciales del candidato por los derechos de los trabajadores, no en otra cosa". McEntee reconoció que activistas de la central le habían comunicado su negativa a votar al candidato demócrata y menos a hacer campaña en su favor. "Tienen miedo a repartir propaganda de Obama. Miedo: ésa es la palabra. ¿O sea que no votáis por Barack Obama porque es negro? Eso es una auténtica mierda", arengó en el mitin, entre los aplausos de la mayoría.
El predicamento del senador de Illinois entre decenas de millones de blancos es histórica y reveladora de que el racismo pierde terreno aunque la prensa norteamericana recoja todavía comentarios como éste: "Mis hijos eran llamados nigger babies [negritos en despectivo] por una familia blanca de Detroit. Y tiraban heces sobre el cristal de mi coche. Un día mordieron a mi hijo, y el profesor, blanco, ni caso". Cherlonda Hampton, de 37 años, madre de nueve hijos, vive ahora en una barriada con gente de su raza y condición. La historiadora Elizabeth Durhman cree que, subjetivamente, importa menos el pensamiento de la gente sobre el racismo como preguntarse "por qué no estamos listos para poner fin a la elección de políticos millonarios, blancos y dueños de petroleras, y por qué no estamos listos para elegir a políticos que nos hagan reflexionar acerca de quiénes somos como país".
No es previsible esa realidad a corto plazo, porque, entre otras razones, si Dios fuera negro y Satanás blanco, habría norteamericanos dispuestos a perder el cielo y arder en el infierno de la mano del demonio. Ése parece ser el caso del treintañero que observa cuidadosamente el mecanismo de una ballesta impresionante en una tienda de armas de la ciudad de Moorefield, en el Estado de Virginia Occidental, el 95% blanco. Un pasquín con la fotografía de Barack Husein Obama y sus "intenciones" recibe a los clientes: "Decretará una total prohibición de la venta de armas, y de la munición, y no podremos defender nuestros hogares. Eso se propone Obama, y mucho más. ¡Defiende tus derechos! ¡Regístrate para votar!". George, el arquero, lo hizo como quien se alista contra la invasión de los vándalos. "La precisión de estas ballestas es tremenda y la flecha atraviesa superficies muy duras", explica admirado, mientras este enviado compra un cortaplumas chino como para demostrar que también le gustan las armas. George conduce una camioneta de reparto y dice que los negros pertenecen a una raza inferior, sin voluntad para aprender ni para prosperar. "Mira cómo está África. Aquí los negros han aprendido un poco porque están cerca de los blancos, pero allí se mueren de hambre. No están preparados para dirigir nada".
El candidato demócrata lo tiene difícil en el empobrecido Estado cruzado por la cordillera de los Apalaches. La victoria de Hillary Clinton sobre Obama en las primarias fue sospechosamente contundente: 67% contra 26%. Constituido por los antiguos condados no esclavistas de Virginia, Virginia Occidental es el único Estado resultante de la secesión de otro durante la guerra civil. Para muchas de sus gentes, Obama es algo así como el anticristo. "Tengo una amiga negra que se asustó tanto al no ver a ningún negro en la Universidad de West Viriginia, que se marchó a Indiana", recuerda Nancy, secretaria en la capital federal.
Susan, de unos cuarenta años, enemiga de las dietas y de la moderación gastronómica, vende la ropa y los electrodomésticos que le sobran en el porche de su casa, a un costado de la carretera hacia Winchester. Votará por Obama, porque "si es elegido, dejaremos atrás el tema de la raza. La gente verá que cualquiera puede ser presidente si se esfuerza y tiene méritos. Eso sí, tengo muchos amigos que dicen: '¿No se te ocurrirá votar a un negro para la Casa Blanca, eh?". Muy cerca de una tienda de productos típicos, en Wandervilkle, María pasea a su perro y cuenta su historia, más esperanzadora. Sus padres son salvadoreños y ella nació en Estados Unidos. Al principio, le daba reparo poner la pegatina "Obama 2008" en el cortacésped porque temía la reacción de algún energúmeno; al final, la puso y, para su sorpresa, otros vecinos hicieron lo mismo. "Y eso que algunos tienen prejuicios raciales. Uno me dijo que no le gustaba que Obama fuera negro, pero mucho menos el gatillo ligero de McCain". El arquero George, que peina una coleta rubio pajizo y al final no compró la ballesta, no tiene ese problema: aborrece el color de la piel del senador de Illinois y adora la proclividad del republicano a los arsenales como herramienta de la diplomacia. "¿Y en España hay muchos negros?".

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