2008/08/16

La inquietud española ante la inmigración

GACETA.ES
Han llegado tiempos difíciles, y el español pacífico parece transformarse en un ser desconfiado.

EL Estado de bienestar, y la mentalidad colectiva vinculada a él, arraigó desde hace décadas en España. En su consolidación contribuyó decisivamente el surgimiento del Estado de las autonomías, que multiplicó el número de prestaciones sociales, y los períodos de bonanza económica. Esto sirvió para crear la ilusión de una especie de Suecia del Mediterráneo con un alto grado de satisfacción de sus servicios públicos. Estos mitos y piadosas intenciones “socialdemócratas” se han dado de bruces con el descenso de la natalidad y la globalización que hace interdependientes a economías y sociedades. De hecho, la inmigración ha cambiado en la última década el panorama laboral y económico de España, e incluso era presentada como uno de los efectos beneficiosos de nuestra prosperidad. Pero han llegado tiempos de crisis, en los que el reparto de la tarta se hace más costoso, y las encuestas reflejan un estado de ánimo que está en la calle: hay demasiados extranjeros y esto podría poner en peligro la sanidad, la educación, las pensiones o el seguro de desempleo. De golpe, el español, pacífico, acogedor y nada racista, parece transformarse en un ser desconfiado y de actitudes xenófobas aunque los criterios políticamente correctos le empujen a negar la evidencia. Además, estas actitudes no son exclusivas de personas mayores, también se extienden entre los jóvenes, inquietos ante sus perspectivas laborales. Caen también así los mitos de una educación, que tiene mucho de consignas repetitivas y poco de fundamentos sólidos, que presume de formar en la tolerancia. Pero pocos harán el análisis sobre si una sociedad progresivamente formada en una concepción libertaria de los derechos individuales, es el marco más adecuado para practicar la tolerancia, pues el mero agregado de individuos no constituye un cuerpo social sólido. La clase política tiene también su parte de responsabilidad en las inquietudes de los españoles. Trataron al principio frívolamente el tema de la inmigración, entendiéndola como una bombona de oxígeno para las prestaciones sociales e incluso pretendieron instrumentalizarla como eventual caladero de votos, aunque a veces los objetivos se revistieron de una capa de “buenismo” políticamente correcto. La crisis económica y la pertenencia a la UE parecen haber puesto a nuestros políticos en contacto con la cruda realidad. Sin caer en xenofobias oportunistas, sería conveniente que tomaran conciencia del posible deterioro de los servicios públicos

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