2008/08/20

Maltratada y enamorada

EDURNE URIARTE
abc.es - Miércoles, 20-08-08
JESÚS Neira se jugó la vida por una víctima que no quería ser salvada. Es un hombre maravilloso, dijo de su torturador, que no de su salvador, lo que introduce en este acto de heroísmo una insoportable contradicción y el terrible vacío del absurdo. Del absurdo provocado por el amor. Que algunos nieguen que esto sea amor y me quieran contar todo eso de la falta de autoestima, de la dependencia emocional y de males psicológicos semejantes, pues bien, ¿y qué es el amor en una buena parte de los casos? Destrucción y autodestrucción.
Me temo que nadie ha demostrado aún que el amor de pareja conlleve necesariamente, ni siquiera en la mayoría de los casos, equilibrio psicológico, madurez emocional y fortaleza de carácter. Todas esas cosas les ocurren a los que ya las tenían antes de enamorarse. Y dado que lo que sí está demostrado es que una parte sustancial de la humanidad no las posee jamás, hagámonos una idea de las formas que adopta eso que llamamos amor en bastantes de sus practicantes.
Esas formas, a veces, lamentables y nauseabundas, que es lo más moderado que se me ocurre para valorar la actitud de esa mujer que ha calificado de maravilloso al hombre que la ha golpeado y, lo que es peor, al hombre que ha mandado al coma a su defensor. Y que explican en buena medida la violencia de género y su persistencia a lo largo de todos los países, de todas las clases sociales y de todos los niveles educativos.
Además del machismo. O, quizá, mucho más que el machismo. El problema es que nadie quiere analizar las formas lamentables y nauseabundas del amor. Es decir, los factores estrictamente psicológicos. La única teoría explicativa que por el momento conocemos los españoles es la del machismo, que es la que repiten una y otra vez el Gobierno y todo tipo de instituciones políticas dedicadas a esta tragedia. Según todos ellos, la violencia de género es consecuencia de la cultura machista, es decir, es un problema ideológico y cultural y no psicológico. Luego, una vez superado el machismo, adiós a los asesinatos de mujeres. Haga usted campañas contra el machismo, explíquelo en Educación para la ciudadanía, denúncielo en los foros políticos y la violencia de género se batirá en retirada.
Claro que si lo anterior fuera verdad, se habría podido demostrar que, a mayor desarrollo, mayor nivel de estudios y mayor nivel económico, menor violencia de género. Pero no es el caso. O no es el caso demostrado. Los escasos análisis sociológicos existentes muestran más bien que la violencia doméstica ocurre en todos los países e independientemente de la clase social, de la raza o del nivel de estudios. Así lo afirmaba, por ejemplo, una fuente tan respetable como la Comisión para la Igualdad de Oportunidades para Hombres y Mujeres del Consejo de Europa en un informe sobre los países europeos de 2002.
Y así lo ratifican los escasos estudios e informes que existen sobre la materia. Algunos incluso sugieren que los datos existentes parecen indicar una tendencia a ocultar los episodios de violencia de género entre las clases más acomodadas. En otras palabras, que, en la mayoría de los casos, las clases sociales altas actúan de forma muy diferente a como lo ha hecho, por ejemplo, esa concejal popular de Sierra de Yeguas que ha denunciado a su ex-amante violador.
O sea, machismo, sí, pero otras muchas cosas, también. Lo que ocurre es que apenas sabemos nada de esas otras cosas porque no se quieren investigar. Al menos desde las instituciones políticas. Se ha reducido la violencia de género a un problema exclusivo de machismo, a un problema ideológico. Y si a esto le añadimos todas las limitaciones impuestas por la corrección política a la hora de preguntar, saber y contar sobre la violencia de género, resulta que desconocemos casi todo sobre la cuestión. Y mantenemos la engañosa convicción de que cuando el machismo desaparezca, el odio, los celos, la pasión, la dependencia o la obsesión llevarán a pacíficos y legales procesos de divorcio o a una tirante, y, sin embargo, ordenada convivencia hasta el final de los días.
El amor será equilibrado y civilizado. Y el odio y rencor que lo sustituyan también. La paz, aunque sea tensa, habrá llegado al hogar.

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